Ahi va...
Le echas de menos
27/02/2016 03:00
Le tienes delante y le echas de menos. Cuando no sabía
escribir. Cuando se ponía de puntillas y sólo te llegaba hasta aquí de alto:
justo a la altura del pecho. Cuando decía «'ranaceronte'» y
«'nesecitar'». Cuando te tenía por alguien de fiar, por el mejor
padre del rellano, por la mejor madre de la oficina, por un Jedi en vaqueros.
Cuando le tirabas tiros con la pelota de espuma en el sofá del salón para que
se hiciera palomitas y daba igual que se rompiera un jarrón. Porque él se
rompía de risa.
Le tienes delante y le echas de menos. Cuando te
ametrallaba preguntando «¿por qué?» -durante cuatro horas seguidas, cabezón,
como un Mourinho chiquitito- y no se conformaba con la pólvora
de tu silencio. Cuando te venía en pijama con un cuento y te lo ponía encima
como un recién parido. Sin preguntas. Porque entonces tú ya sabías. Cuando
la vida era un grito y un desorden y unos cereales en concreto y una O
con el rabito mal hecho y una lucha libre en la cama y un olor a Nenuco y un
rayajo en la pared y tres termómetros perdidos en un solo mes y el Dalsy
nocturno y siete colecciones de cromos sin terminar y un gorrito de baño como
de muñeco y fin.
Echas de menos sus rodillas sucias y que las tuyas no
crujan. Echas de menos las cosquillas a traición y los sustos pactados. Echas
de menos sus regalos horribles: el marco con pinzas de la ropa que no hubo
huevos a colgar; un collar de garbanzos que parecía un rosario; aquel
colgante-mariposa para el retrovisor que te tapaba media carretera. Echas de
menos que ya se vaya acabando esto. Que hayan bajado la música. Que vayan
apagando las luces. Echas de menos más.
Le tienes delante. Míralo, sigue siendo un mocoso,
todavía no ha tirado los peluches, si te esfuerzas con una buena historia todavía
se caga de miedo. Pero le echas de menos.
(...)
En 'El Mago', el académico argentino Isidoro
Blaisten -que fue fotógrafo de niños y decía que para escribir bien
necesitaba tener cerca una espada de Sandokán de juguete-
explicó mejor que nadie la pérdida que lleva aparejado el final de la infancia.
En una sola frase: «Sólo los niños creen. Pero los niños crecen».
Una casa con hijos mayores o en el trance de serlo es
una casa donde se va creyendo menos. Se empieza dejando de creer en el
Ratoncito Pérez y se termina descreyendo de todo lo demás.
«A veces quisiera regresar al preciso instante donde
mis padres aún eran esos seres increíbles que todo lo podían», sigue Blaisten.
«Mi madre desaparecía monstruos y brujas, mi padre construía castillos para mis
muñecas y creaba de servilletas miles de mundos extraños y desconocidos. Pero
después crecí y dejé de creer».
Así que aquí estamos en el puerto algunos
padres, muchos de cuarenta y tantos. Resignados con el viaje. Viendo partir
un barco. Botando un hijo. Como ese familiar pesado que agita un pañuelo en el
trance de la despedida. Como ese viejo amigo que se va a tener que conformar
con recibir una postal de cuando en cuando. Cada vez más corta. Con una letra
cada vez más extraña. Con un remite cada vez más lejano.
Le tienes delante esta mañana de sábado. O de frente.
O detrás. O al otro lado de esa vieja mesa de distancias kilométricas. Si
estiras el brazo podrías tocarle. Y sin embargo le echas de menos."
Ay mis hombretones que empezáis a mirarme con cara de "te estás haciendo mayor, mamá"...pequeños grandes muchachos que me lleváis de cabeza aún y me hacéis estremecerme de orgullo cuando pienso "lo estoy consiguiendo,lo estamos consiguiendo"...No hemos escalado el Himalaya,no hemos ganado el Nobel,hemos,estamos haciendo algo más importante:vosotros os estáis haciendo adultos y yo continuo intentando ayudaros en el empeño...niños de manitas de estrella hace poco,grandullones de manazas enormes hoy.Os quiero.
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